Las
investigaciones, dentro del campo de la psicología de la educación, han
demostrado que los pensamientos y las creencias sobre la
inteligencia influyen en el proceso de aprendizaje de nuestros alumnos y
alumnas.
Inteligencia como rasgo fijo
Los
jóvenes que creen que la inteligencia es una característica fija, naturalmente predeterminada, son más sensibles al fracaso y sienten que
continuamente tienen que demostrar sus capacidades.
Este
tipo de pensamientos les hacen más inseguros, menos atrevidos y bajan su
autoestima.
En
algunos casos, estos pensamientos como: “Yo no puedo”, se convierten en un hábito
que es difícil de romper. Asumen estas ideas como parte de su identidad, “Soy la tonta de la
clase”, y cada fracaso les hace sentir más y más inferiores en comparación con
los demás.
Inteligencia como rasgo modificable
En
otro extremo están los jóvenes que creen que la inteligencia es
una habilidad que con mucho estudio y
esfuerzo se puede modificar y aumentar.
A
estos alumnos y alumnas les gusta enfrentarse a las tareas intelectualmente
exigentes y suelen conseguir buenos resultados.
¿Qué controla tu vida?
Las
percepciones de la inteligencia están estrechamente relacionadas con el
concepto que en psicología se conoce como “locus de control”. Este concepto se refiere a la respuesta que damos a la pregunta: ¿Qué es lo que controla tu vida y las cosas que te pasan?”.
El
primer alumno/a considera que él/ella no tiene el control sobre lo que le pasa, lo controla el destino o algo fuera de él o ella, y por eso no puede modificarlo. En el
segundo ejemplo, el alumno/a siente que tiene el control sobre su vida y que
puede cambiar la situación si estudia más o si se esfuerza más.
Las implicaciones para los docentes
Los docentes
tienen influencia sobre estos pensamientos del alumnado y pueden ayudarles a
modificarlos. A veces es necesario ver que alguien cree en nosotros
para motivarnos.
En el
aula los decentes deberían:
1. Siempre atribuir los fracasos de
su alumnado a sus esfuerzos, nunca a sus habilidades.
2. En el caso de las tareas fáciles,
no exagerar con la retroalimentación positiva (por ejemplo: “Qué listo eres”).
3. Tener en cuenta que el alumnado que no se esfuerza,
muchas veces lo hace porque tiene miedo al fracaso y no porque le falten las habilidades.
4. Siempre ofrecer críticas constructivas y
ayudar a todos los alumnos y alumnas por igual, no solamente a los que
más fracasan.
Siguiendo
estos cuatro pasos hacemos que los alumnos que han fracasado no se desmarquen
de los demás, ven que creemos en su capacidad de cambiar sus resultados y que
el esfuerzo es lo que ha llevado a los demás al éxito.
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